Reincidente

Finalista en el 2º Concurso de relatos de El discurso de la imagen, 2024


Llevaba más de una hora solo en el laboratorio, era el momento idóneo. Sabía que incurría en un delito más moral o ético que jurídico, pues aún no habían leyes que controlasen ese tipo de actos. Ser el padre del descubrimiento le daba derecho a utilizarlo. Hacerlo era la solución a aquello que le atormentaba desde hacía dos años, cuatro meses, seis días y catorce horas. Conocía el momento exacto, lo necesitaba para sus cálculos, para completar su propósito.

Fijó la fecha en el panel y accionó el interruptor que le devolvería a ese momento. Varios destellos después el doctor Guzmán se encontró en su mismo laboratorio, donde el prototipo de su máquina se hallaba en proceso de desarrollo, como un feto a media formación, un cascarón de huevo incompleto.

Aquella tarde no había nadie con él. Era sábado y solo a un científico obsesionado se le ocurría trabajar. Había permanecido despierto más de veinticuatro horas intentando avanzar. Derrotado se fue hasta su oficina para echar una cabezada en el sofá. Esa decisión hizo que no acudiera a la cena programada con su esposa, quien decidió dejarlo tras innumerables noches como aquella en las que dejaba claro que amaba más a la ciencia.

Guzmán pretendía ir a su despacho, escribir una nota recordando la cita y salir haciendo algo de ruido para despertar a su otro yo, quien encontraría el papel garabateado con su propia letra por lo que no sospecharía nada. El plan para recuperar su relación era infalible.

Con la mano en el pomo de la puerta se detuvo al ver el panel de cálculos que había a su izquierda. Sus ojos analíticos acariciaron aquellas fórmulas hasta detenerse en un error que le tenía bloqueado en aquel momento. Si corregía aquello ahorraría mucho tiempo en la creación de su ingenio. Dudó entre corregirlo o ceñirse al plan cuando una cegadora luz inundó el laboratorio. Tras el destello, otro él aparecía desde el futuro para decirle:

―Volvimos a fallar, tú sigue con la pizarra.