
Al principio eran solo unas flores muy de vez en cuando. Luego pasó a la comida en días señalados. Le dijeron que para recibir favores necesitaba entregar algo de más valor, y más valor para hacerlo en los lugares adecuados.
El deseo era fuerte y la seguridad que anhelaba hizo que comenzara a ofrecer pequeños lagartos sin cola o alguna rana despistada. Era poca cosa, que ofrecía con el corazón sincero, por lo que notó los frutos de sus actos en poco tiempo.
No le costó dar el paso que tanto temía hacer tiempo atrás, degollar a un gallo vivo resultó estar justificado si así obtenía más poder sobre otros. Después fue un cordero, más tarde una persona. Al final el sacrificio siempre era el mismo: una vida. Solo cambiaba el tamaño de la ofrenda, el altar y la fuerza a la que se le rezaba.
Cuando falleció, sus ganas de dominar sobre otros le acompañaron al más allá y no lo dudó. Tan solo necesitaba averiguar como aparecerse un par de veces y conceder alguna gracia para tener su propio altar y comenzar a tener nuevos seguidores.
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