La importancia de un solo instante

Calle Renkonto, 17:43 h

Sus pasos sonaban decididos y firmes, a pesar de la lluvia que cubría el suelo y amenazaba con la posibilidad de hacerle caer. Carlos caminaba abstraído en sus pensamientos, y a su lado, su pequeño perro compartía en silencio el paseo bajó las nubes grises de fina lluvia que aquel día les regalaba.

Carlos se ciñó un poco más el alzado cuello de su cazadora, buscando el acogedor refugio que le ofrecía en medio de aquella tarde. Notaba como las débiles gotas se dejaban caer sobre su gorro de invierno, sin llegarle a calar. Era una sensación de grandiosa soledad, de magnitud.

Giró en la esquina donde acababa el parque, para adentrar en la antigua y entrañable calle adoquinada que conducía hasta su casa. Siempre era el mismo recorrido, monótono pero reconfortante por su sencillez y la seguridad que adquieren las cosa cuando se las conoce. Su pequeño compañero rompía el húmedo silencio de aquella tarde con el rápido repiqueteo de sus finas pezuñas, a modo de diestro claquetista.

Algo indefinido invadió a Carlos en ese instante. Era una sensación desconocida que le hablaba de algo conocido. Era como si se hubiese aliado con la lluvia, la cual, omnipresente, le transmitía lo que encontraría delante aún antes de haber mirado.

Levantó la vista brevemente, y distinguió en la lejanía una silueta de mujer, quien le miraba con una sonrisa en los labios.

Carlos continuó caminando, hundido en la silenciosa soledad de aquella tarde, al mismo tiempo que aquella mujer avanzaba hacía ellos por la acera contraria, mientras lo miraba, mientras él se esforzaba en perder su vista frente a sus pies.

Poco antes de llegar a la misma altura, Carlos levantó la cabeza volviéndose hacia ella, quien seguía regalándole el arco iris de su sonrisa. Un leve gesto con la cabeza y un “buenas” apenas audible, pero bien dibujado con la boca, fueron suficientes antes de volver a centrarse en las húmedas puntas de su calzado, antes de que el chasquido de las patitas de su compañero desapareciera bajo el sonido de sus propios latidos, tan rápidos y rítmicos ahora como las pisadas del pequeño animal.

A pesar de los años transcurridos, Carlos admitía y admiraba la belleza que Laura poseía, la misma que le indujo a enamorarse de ella. La misma que añoró cuando todo acabó entre ellos, cuando ella marcó el punto y final de aquel relato apasionado dentro de su vida.

Carlos tragó saliva, saboreando la amargura de la derrota que los recuerdos son capaces de arrojar, y como pastilla para el olvido, bajaron por su garganta las ganas que poseía de hablar con ella, de ampliar un poco más aquel encuentro fortuito con un simple ¿cómo estás? y ¿qué es de tu vida?, pero al parecer, aquel día su valor se había ocultado junto con el sol, dejándolo desamparado en medio de aquella lluvia, de aquel encuentro.

* * *

Laura salió de casa tan gris como las nubes que todo lo llenaban, incluido su ánimo. A los poco pasos dobló la esquina para incorporarse a la vieja calle adoquinada de su nuevo barrio. El tiempo parecía obstinado en continuar triste y afilado, hiriendo el ánimo de quienes necesitan el sol para sentirse vivos. Mirando al cielo nada le pronosticaba que aquello fuese a acabar pronto. Sin embargo, al bajar la vista distinguió a lo lejos el inconfundible y ya viejo perrito de Carlos. De pronto, una calidez inoportuna le invadió, consiguiendo hacerle sonreír ante tan inesperada y gratificante visión. Carlos no parecía haberla visto, aún. Caminaba concentrado en sus cavilaciones, y a su memoria vino la frase que ambos utilizaban para romper el silencio, cuando la vida les dio un tiempo para estar juntos: un beso por tus pensamientos.

A medida que se acercaban uno a otro, Laura comenzó a distinguir la musiquilla de las uñas de Poirot sobre la piedra. Parecían alegres notas que, in crescendo anunciaban el punto álgido de un gran momento.

Laura aminoró ligeramente el paso cuando ambos llegaban a la misma altura. Carlos pareció notar su presencia y al verla le dedicó un breve gesto, pudiendo ella distinguir entre los labios una cortes palabra de saludo. Nada más.

Carlos volvió a sus pensamientos y a su anónimo puesto de “hubo cierta vez en que nos conocimos”.

Al darse cuenta que se había parado, Laura retomó su camino del mismo modo en que se había lanzado a aquella tarde: apagada y gris, mientras valoraba lo mucho que deseaba haber podido intercambiar unas palabras con Carlos. Deseaba retomar su amistad, aquella que les hizo unirse, aquella también que acabó condenando la posibilidad de compartir juntos el futuro. Deseaba acercarlo a su vida, pero el haberlo alejado una vez le privaba del valor necesario para volver a aproximarse.

Ambos, sin saberlo, dejaron perderse.


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